El
Nuevo conquistador de México: ¿Una fábula?
es una sacudida brutal, la puerta que da a un abismo de donde
se espera emergerán todos los males y todos los demonios.
Es Mictlantecutlli que nos señala la ciudad de los muertos.
Se podrá estar
o no de acuerdo con las tesis del libro, pero nunca el lector
se mostrará indiferente o pasará de largo por sus
páginas. Siempre querrá saber más acerca
de la conjura y de los conjurados y cómo se cumple o no
esta visión de Apocalipsis adelantado.
En el mejor de los casos,
el planteamiento que hace Guy Odom relativo a la conquista de
México es una hipótesis de trabajo; en el peor,
una posibilidad nada remota en la que hoy pocos mexicanos piensan
seriamente ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué
se toma tan a la ligera un asunto de tanto peligro para la nación
mexicana? ¿Realmente no nos importa o nuestra actitud ante
esta posibilidad forma parte del fatalismo nuestro ante lo inevitable?
Recuerdo que, hace unos
años, en una fiesta por casualidad platiqué con
un militar de alta graduación del Ejército Mexicano,
experto él en logistica, y maestro también de la
Escuela Superior de Guerra. Le pregunté entonces que si
México, es decir la Secretaría de la Defensa Nacional,
tenía algunos planes en contra de una posible invasión
extranjera. Él, muy sereno me contestó que sí,
que tenían contra Cuba. Sorprendido le contrargumenté
que Cuba hasta el momento no nos había invadido una sola
vez; en cambio, Estados Unidos sí lo había hecho
por lo menos un centenar de veces desde que somos nación
independiente, según lo asentaba en sus estudios el maestro
Gastón García Cantú. El militar me contestó,
entre nervioso y contrariado, que Estados Unidos era nuestro mejor
aliado y que una invasión era muy remota, y que en caso
de ocurrir los militares mexicanos no tendrían nada que
hacer ante la superioridad del enemigo. Ahí terminó
la charla.
En fín, desde
que yo recuerdo, los políticos mexicanos esgrimieron como
arma contundente un chantaje para frenar nuestros reclamos de
democracia en contra de la dictadura del partido que lleva más
de 70 años en el poder y de nuestras demandas de cambios
radicales que terminaran con la inmensa injusticia social que
hoy se expresa en 40 millones de pobres. El chantaje consistía
en decirnos que "los primos", o sea el gobierno de Estados
Unidos, no permitiría reforma alguna y que la transgresión
propiciaría que nos invadieran.
Incluso se acuñó
el concepto de "fraude patriótico" bajo el gobierno
de Miguel de la Madrid, para evitar que el Partido Acción
Nacional (PAN) asumiera el gobierno que legalmente había
ganado en las elecciones en el estado de Chihuahua, en 1986, por
una razón: desde hace años los presidentes mexicanos
y su partido, el PRI, argumentaban que no se podía permitir
que "la reacción" gobernara ningún estado
de la frontera norte, porque eso facilitaría la entrada
de "los gringos".
También eran
los tiempos de la Guerra Fría en los que, en nuestros países
tropicales, la palabra libertad era sinónimo de rebelión
y el vocablo justicia era equiparable a comunismo. Las élites
mexicanas del poder y del dinero (ésas que se enriquecen
inmensamente cada vez que nuestra nación se endeuda) jugaron
mucho con estos chantajes que ellas llamaban realismo político;
los supieron hacer bien mientras gozaban con el espectáculo
de la ruína del país. Ahora, los vientos han cambiado
y la paradoja que se presenta es que si los mexicanos no saneamos
nuestra economía, no fortalecemos nuestro Estado, llegamos
por fín a la democracia auténtica y logramos sacar
del caos a la nación, "los primos se pueden enojar",
y puede sobrevenir la intervención americana. Como se ve,
la intervención siempre está presente, la que a
fuerza de anunciarse y anunciarse por parte de nuestras élites
ha provocado en los mexicanos una actitud semejante a los personajes
del cuento Pedro y el lobo...donde nadie cree que la fiera
atacará.
Sin embargo, la sacudida
que nos da el libro de Odom se produce por una razón fundamental:
no es un mexicano de la élite del poder con nula credibilidad
quien lo afirma, sino un "gringo" documentado, y eso
cambia totalmente la perspectiva. Es decir, por fín aparecen
en el traspatio de nuestra casa las huellas del lobo y entonces
Pedrito se colapsa y se pone a llorar.
Porque estará
usted de acuerdo conmigo, lector, que el título dado en
español a esta obra es toda una provocación al alma
patriotera: El nuevo conquistador de México. El
escrito remueve los escombros de la sociedad mexicana, los añejos
nacionalismos y las poses dignas de cada 15 de septiembre o de
cada vez que triunfa (cuando triunfa) nuestra selección
de futbol... Por supuesto que también es un llamado de
atención, un foco rojo que se enciende para quienes queremos
un México justo y democrático.
¿Por qué
se hace factible una nueva intervención y conquista de
México? ¿Por qué la sola mención de
esta posibilidad nos estremece? Sencillamente por el nivel de
descomposición al que hemos llegado, por el grado de debilidad
de nuestras instituciones, cosa que todo mundo percibe.
Se trata de una pesadilla,
es cierto, que nos coloca frente al espejo de la historia, frente
al cuchillo frío de la lógica, el sentido común
y el racionalismo de Guy Odom.
Esto último hace
que el libro adquiera notorios paralelismos con la obra de Nicolás
Maquiavelo, el fundador de la ciencia política, el primero
que establece una clara diferenciación entre el arte de
gobernar y las motivaciones de la moral: si hay que destruir a
un enemigo, afirma, será por necesidad política
no por odio ni venganza ni nada por el estilo. Lo que debe privar
en política es la razón sobre el sentimiento.
De hecho, hay más
elementos que enriquecen esta semejanza: el modo en que Odom se
dirige al supuesto Príncipe que lo leerá alrededor
del año 2013, el tono que emplea, los ejemplos históricos
que despliega y, sobre todo, las medidas que propone, los consejos
que ofrece.
Bueno, pero hasta aquí
llegan las semejanzas. Muy al contrario de lo que se propone Maquiavelo
con El Príncipe, Odom quiere ser una especie de
profeta que avizora el caos, que anuncia tiempos crueles y difíciles,
de devastación, odio y muerte; quiere ser el ángel
de la trompeta anunciadora ya que "Si con el tiempo",
afirma, "un dictador asume el poder y reina sobre Estados
Unidos, seguramente todos preguntarán: '¿Por qué
no se nos advirtió?' "
El nuevo conquistador
de México no ofrece sugerencias para corregir los males
sociales y se pregunta si puede funcionar como "llamada de
atención"; en todo caso, el propósito que lo
anima es "hacer enojar al lector, evocar una fuerte emoción
personal, acrecentar la conciencia individual, aun si el enojo
es dirigido hacia los políticos, como lo sugiero, o hacia
mí." Todo esto lo logra...
He de confesar que la
primera impresión es la sorpresa, luego viene el enojo
y después la comprensión del punto de vista de Odom.
Aquí conviene
observar, que la obra funciona a la manera de una novela, donde
se puede distinguir el trabajo de un narrador testigo. Es un narrador
que adopta la psicología, el lenguaje, los modos, de Maquiavelo;
alguien que es distinto del escritor Odom. Mientras que el primero
desea la llegada de un dictador, del nuevo Conquistador, el verdadero
Odom reflexiona y se pregunta: "¿Acaso El nuevo
conquistador de México representa mi deseo para el
futuro de esta gran nación ? ¡Ciertamente no! La
democracia estadounidense me permitió una mejor situación
que mis más grandes ambiciones siendo niño."
Y más adelante
cierra su idea: "Más allá de esto, además
de la premisa de que surgirá un dictador estadounidense
entre 2013 y 2029, todo lo que usted leerá son caprichos
de escritor."
Ahora bien, el narrador
testigo se describe de este modo: "¿Quién soy
yo? Considéreme como el niño en la fábula
del rey [que va] desnudo. Tengo la libertad de decir exactamente
lo que pienso porque es inconcebible que yo represente una amenaza
para usted. Traigo ante usted (1) un conocimiento superior de
la conducta humana para explicar la historia y predecir las futuras
cuestiones de la humanidad; (2) la capacidad de formar una imagen
pragmática de las flaquezas del comportamiento humano de
mi época; (3) los frutos de mis estudios e investigaciones
y lo predecible del resultado de la décima generación
de civilizaciones espléndidas pero fallidas; y (4) la guianza
para ayudarlo a que su reputación histórica no lo
limite a ser un hombre de setenta y cinco años, como en
el caso de Lenin, ni un hombre de 500 años, como en el
caso de Napoleón; ni siquiera un hombre de mil años,
como sucedió con Julio César."
El libro tiene una
estructura basada en tres cuerpos: un diagnóstico, un programa
de gobierno y un exhorto.
El diagnóstico
es muy breve y versa sobre todo acerca de la decadencia americana:
corrupción, violencia, drogadicción, pérdida
de valores, immigración; explica con varios ejemplos históricos
su concepción de las diez generaciones que abarcan la vida
de toda civilización. Sin importar los avances tecnológicos
todas toman el mismo curso: Surgimiento, Conquista, Comercio,
Prosperidad, Intelecto, y Decadencia.
El programa de trabajo,
el proyecto, contiene objetivos, políticas y estrategias.
Dentro de estas últimas hay una fundamental: ningún
gobierno por más sabio y poderoso que sea puede asentarse
sobre el vacío; por el contrario, debe responder a los
intereses de un grupo social, del cual extraiga sus militantes,
sus persuasores, su razón de ser, el modo de ver la vida,
el espíritu que quiere imponer a una época. De esta
manera, Guy Odom o el narrador del libro no seleccionó
ni a los más pobres ni a los más ricos: escogió
a la clase media, el sector más ilustrado, y el que conserva
más la tradición del modo de ser americano. De ahí
extrae su visión del mundo y su fortaleza.
"A fín de
cuentas", dice el autor, "toda civilización fallida
contiene unas cuantas personas buenas y honestas, y esto mismo
sucedió en Estados Unidos, donde su clase media fue el
último bastión de virtud, talento, conocimientos
y religión. Sólo la clase media era respetable."
Luego hace un retrato
psicológico de quien debe encarnar este nuevo espíritu
americano, el dictador:
es temeroso de Dios
valora la rectitud
aprecia la justicia
es calmo y sereno
no titubea
no siente temor
aprecia el principio
del autocontrol
no tiene predilecciones
estrechas ni antipatías obstinadas
no busca la venganza
personal
advierte anticipadamente
los actos desagradables que debe realizar
beneficia a la
población general con sus crueldades necesarias
otorga recompensas
apropiadas a quienes las merecen
es digno pero
no orgulloso
es firme y resuelto,
pero lento de palabras.
Al igual que Odom, quien esto escribe no desea una salida dictatorial
a la crisis americana, entre otras cosas porque precipitaría
la hipótesis de la invasión a México.
Afortunadamente, a lo largo de la historia de Estados Unidos siempre
ha estado presente un factor de autorregulación que hace
que sus gobernantes se mantengan alejados de la tentación
autoritaria: una tradición liberal muy arraigada, que ha
pervivido aun en períodos en los que la derecha americana
se ha engallado enormemente.
No obstante todas las perspectivas apocalípticas, religión,
familia, trabajo, libertad, ley, siguen siendo valores sólidamente
arraigados en el alma de millones de americanos, pese a que su
industria televisiva y cinematográfica se empeña
todos los días en desmentir esta realidad. Todo ello crea
un valladar más o menos seguro contra los césares,
napoleones, y stalins. Por el bien del planeta esperemos que esta
vez Odom se equivoque.
Ricardo Pacheco Colín
Periodista y poeta
Coautor de Crónicas del periodismo civil y ¡Mis
Valedores!
México, D.F.